María Beer
En un proceso que no fue fácil, María Beer decidió estudiar la carrera de Humanidades. En 2010, comenzó la opción “Libre Configuración”. La apertura de esa carrera le permitió encontrar el área a la que se quería dedicar en el futuro: empezó con historia y descubrió luego la filosofía. “Y desde ahí nunca más la abandoné”, contó.
El año pasado voló a Inglaterra para ver jugar a su hermano en el Mundial de Rugby. El profesor de la FHUM Francisco O´Reilly le recomendó que se juntara con un amigo suyo que trabaja en el Ian Ramsey Centre de la Universidad de Oxford. Esa cátedra, que se dedica a estudiar la relación entre ciencia y religión, se especializa en temas en los que María había profundizado para su tesis de grado.
El profesor de Oxford la animó a aplicar a la universidad. Lo hizo, fue aceptada y además recibió una beca. Hoy se encuentra en el Ian Ramsey Centre para realizar un Máster de Estudios (MSt) en Ciencia y Religión. En la siguiente entrevista cuenta su recorrido desde el liceo hasta la Universidad de Oxford.
¿Qué despertó tu vocación por las Humanidades?
Decidirme por las humanidades fue un proceso… creo que no es fácil encontrar la vocación profesional. El hecho de que sea una decisión completamente personal, no excluye que necesitemos ayuda para encontrarla. Por lo menos, este fue mi caso. De chica no tuve nunca una preferencia clara por las letras; al revés, prefería siempre la matemática, por lo que en el momento en que empecé a plantearme mi profesión con mayor seriedad me encontraba haciendo Bachillerato de Economía. Y si había una segunda opción era más bien Ingeniería, o Biológico, pero no Humanístico.
Debido a que tenía varios intereses, pero ninguna orientación clara, mi mamá me animó a realizar un test vocacional. Lo hice con Raquel Vallaq. Fue sumamente profundo —me llevo un año— y terminó por encaminarme hacia las Humanidades. Lo que ella quería que yo entendiera era que mi vocación por las Humanidades no se debía enfocar estrictamente a la enseñanza sino más bien a la investigación, cosa que en su momento me costó entender.
Podía llegar a vislumbrarlo porque el bachillerato internacional (IB), con todos los extended essays, me había preparado para eso; pero solo ahora, luego de haber realizado la tesis para recibirme, y estando en este lugar donde la vida académica tiene un valor tan enorme, es que empiezo a entender con mucha más claridad lo que significa investigar: “ir en pos de una huella”.
Este es el significado de vestigium, la palabra latina en la que se origina “investigar”. Esto implica que no empezamos nosotros de cero, sino que investigamos a raíz de otros que han dejado huellas. Como dice la famosa frase de Bernardo de Chartres, que hace unos días fue el lema de Google Schollar: Stand on the shoulders of giants. “Si he logrado ver más lejos” repetía Newton, “ha sido porque he subido a hombros de gigantes”, descubriendo cosas verdaderas que se construyen a partir de descubrimientos previos. La palabra investigar entonces, también implica que hay a algún lugar al que queremos llegar, confiamos en que esas huellas nos van a conducir a algún sitio…
¿Qué orientación de Humanidades estudiaste?
Esta tampoco es una pregunta simple para mí (risas). Empecé estudiando historia, que era lo que más me interesaba, pero luego de un año empecé a dudar… Me empezó a parecer, como a la mayoría de la gente, que las Humanidades no eran algo redituable en absoluto y esto me empezó a dar miedo, por lo que me enfoqué en la historia del arte, por si en algún momento sentía la necesidad de cambiarme a alguna carrera de diseño que me permitiera “vivir de algo”.
Pero como dice Ortega y Gasset —por más de que para él la vocación tiene un sentido más amplio y no queda limitada a la profesión— lo más importante “es conseguir que el hacer elegido en cada caso sea no uno cualquiera, sino lo que hay que hacer —aquí y ahora—, que sea nuestra verdadera vocación, nuestro auténtico quehacer”, y nos recuerda constantemente que, si no lo realizamos, caeremos en ese estado de “permanente mal humor”. El hecho fue que, a través de historia del arte, más precisamente a través de la materia Estética, fue que conocí la filosofía. Y desde ahí nunca más la abandone.
¿Por qué elegiste la UM?
Raquel, luego de terminar el test vocacional, me recomendó la Facultad de Humanidades de la UM, porque ofrece la posibilidad de hacer no solo el profesorado, sino también la licenciatura. No lo dudé, especialmente por una especie de miedo que le tenía a la visión de la UDELAR sobre las Humanidades, cosa que reconozco que era un gran prejuicio.
Más allá de que no fue una elección muy consciente, estoy feliz de haber llegado a la UM. Principalmente por tres razones: en primer lugar, por el nivel de los profesores —en su mayoría doctores— que tratan con una profundidad impresionante cada tema y se acercan a los mismos con un respecto enorme. Segundo, y especialmente en mi caso, fue una oferta muy importante la posibilidad de realizar la carrera en Humanidades de “Libre Configuración”, que me permitió ir recorriendo una trayectoria dentro de las Humanidades sin tener que empezar de nuevo cada vez que cambiaba de orientación. Por último, y quizás más importante, por la apertura en el diálogo que tienen hacia las corrientes que no están en todo de acuerdo con la identidad de la universidad, cosa que es fundamental para desarrollar una buena carrera de filosofía. Aparece aquí otra vez el prejuicio: no pensaba encontrarme con tal apertura y realmente la valoro.
¿Cómo surgió la posibilidad de ir a estudiar a Oxford?
La posibilidad de estudiar en Oxford fue fruto de otro elemento sumamente valorable que tiene la Facultad de Humanidades de la UM, que es la apertura al mundo. Juan Francisco Frank, mi tutor de tesis de grado, me presentó un tema para investigar de antropología y ciencia muy interesante y me sugirió que empezara viendo unas conferencias y seminarios de una Cátedra de Oxford: el Ian Ramsey Centre. En setiembre del año pasado se jugó el mundial de Rugby en Inglaterra. Fuimos entonces a ver a mi hermano, que formó parte de la selección uruguaya, y ya que estaba ahí, Francisco O’Reilly, el director del Departamento de Filosofía de la UM, me alentó a que me juntara con un amigo de él que trabajaba en esa cátedra de Oxford. Él, Ignacio Silva, me animó a aplicar, y acá estoy. Me aceptaron y además me dieron una beca con fondos que recibe la universidad de la Fundación John Templeton, que se dedica a financiar este tipo de investigaciones.
¿Qué expectativas tenés sobre el máster?
Por lo general, las personas piensan que la ciencia y la religión están enfrentadas, por lo que el objetivo del Máster de Estudios en Ciencia y Religión es tratar de dar una visión más verdadera, sobre la relación que hay entre ambas. El Ian Ramsey Centre de la Universidad de Oxford se dedica a investigar todos los puntos de contacto que tienen estas dos áreas. Investiga temas de historia de la ciencia, pero también temas actuales como evolucionismo, Big Bang, o neurociencias, que puede parecer, en la medida en que tengamos una concepción un tanto sesgada, que se enfrentan irreconciliablemente con la religión. Yo en particular investigo más sobre esto último, las neurociencias. El avance en el estudio del cerebro nos lleva a conocer inmensamente mejor lo que la persona humana es, pero, en la medida en que la ciencia tenga una mirada que trate de reducir a la persona simplemente a lo neuronal, termina en última instancia por despersonalizarnos.
El lema de Oxford es “Fortis est veritas” (“La verdad es fuerte”). Vivimos en un mundo de continuo desarrollo del conocimiento, pero para que esto represente un aporte real es necesario que contemple el verdadero bien de los hombres…
Esto es exactamente lo que busca la cátedra de Ciencia y Religión: que el desarrollo del conocimiento sirva para el bien, y para que esto suceda, hay que darle un sentido más profundo al conocimiento y no limitarlo al mundo “científico”. Porque las ciencias por si mismas no nos pueden dar cuenta del “para qué” de sus investigaciones.
En esta línea, ¿qué rol te parece que deben jugar las Humanidades?
Hoy cuando me levanté vi la noticia de Jorge Batlle. Luego, mientras estaba por comenzar a hacer esta nota, miré un video que papá nos había mandado al grupo de WhatsApp de la familia, para que recordáramos uno de los últimos discursos que había dado, la TedX en Durazno hace poco más de un mes sobre la historia y el destino de América Latina. Quiero traer entonces las palabras que dijo sobre el final, porque me parece que son muy oportunas: “Las naciones no son más felices porque sean más grandes, ni porque sean más ricas, son más felices si tienen más filósofos, más científicos y más educadores... el problema del Uruguay, el número uno, es que el 50% de los jóvenes no están en condiciones de entender cómo funciona el mundo en que viven”. Y repite: “el 50%... precisamos más filósofos, más científicos y más y mejores educadores; e integrarnos al mundo, porque es la forma en que crecimos.”
No traigo estas palabras a colación para justificar mi elección por la filosofía (o para “coparme” mostrando que somos más importantes de lo que parece), sino para que tanto la UM como el sistema educativo en general tenga en cuenta que “está en sus manos” apoyar estas áreas más vulnerables, que en el fondo le harán un bien enorme a toda la sociedad. Y no me refiero con área vulnerable solo a la filosofía, sino también a cualquier tipo de investigación científica, ya que como nos decía hace unos días Andrew Pinsent (un profesor muy importante de acá), por más de que ahora la ciencia esté en auge, con el correr del tiempo, tampoco se verá redituable o necesario investigar sobre “el origen de los mosquitos”, por decir algo.
A lo que voy, es que creo que la universidad, en general, debe fomentar la investigación, la vida académica, no solo fomentar la filosofía como una materia más. Esta forma de concebir la educación comenzó quizás en la Universidad de Berlín, con Schleiermaecher, entre otros, que dejaron de ver como lo más importante que un profesor sepa todas las respuestas, y una cantidad enorme de alumnos que reciban todo este conocimiento, y pasaron a fomentar la academia, entendida como un espacio en donde profesores y alumnos buscan la verdad, profesores que permanecen siendo “alumnos” toda su vida…