Docente de FDER cursó una Maestría en Oxford
Curiosidad: Cuando dan exámenes, los alumnos de Oxford tienen la tradición de usar togas y birretes. En el último, agregan un clavel rojo.
Sofía es graduada de la carrera de Abogacía de la Universidad de Montevideo, tiene un postgrado en Teología y estudios religiosos por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Italia) y, recientemente, finalizó una Maestría en Derecho Internacional de los Derechos Humanos en la Universidad de Oxford de Reino Unido.
“El Derecho me gusta desde que tengo memoria. Estudiar en la UM fue el primer paso que di para colaborar en la creación de un mundo más justo y más sensible”, afirma. Eligió el camino de los derechos humanos porque implica dedicarse a las personas más vulnerables. El objetivo es ayudar a mejorar su condición de vida e influir en leyes nacionales e internacionales. Para esto, asesora a legisladores y les ofrece una visión académica: “Es una gran responsabilidad y me motiva formar parte”.
¿Cómo llegaste a Oxford y cómo fue tu experiencia?
Quería estudiar un Máster en Derechos Humanos, pero todos los que encontraba suponían irme, por lo menos, dos años a vivir en el exterior y, como yo acababa de volver a Uruguay después de estar tres años en Italia, no los veía viables. Encontré este en Oxford que se podía hacer semipresencial, así que me lancé y apliqué. Un día llegó un mail que decía: “Fuiste admitida en la Universidad de Oxford”. Pensé que era un error, pero no. Eligieron a 30 de cientos de postulantes y yo fui una, no lo podía creer.
La experiencia fue espectacular. El college en el que tenía clases era del año 1300. Es increíble pensar que la institución es más antigua que mi propio país. ¡Y todas las generaciones que han estudiado ahí! Por Oxford han pasado personas muy influyentes, desde Albert Einstein hasta Bill Clinton, filósofos, economistas, poetas, actores, políticos, líderes internacionales, Premios Nobel.
Tiene una herencia de conocimiento que se siente hasta en las paredes. En el QS World University Ranking se encuentra dentro de las cuatro mejores universidades del mundo. Nunca hubiera imaginado estudiar ahí, es algo que les pasa a otros, pero nunca a uno. Soy muy afortunada y recomiendo a los interesados que se animen a postular. El "no" ya lo tienen y no pierden nada con intentar.
¿De qué se trató el Máster?
Hice un Máster de Derecho Internacional de los Derechos Humanos. El programa dura dos años y se da con modalidad semipresencial. Una vez al año tenés que viajar por dos meses y das cursos y exámenes, el resto se hace virtual. Como empecé en época de pandemia, el 2020 lo hice 100% online, pero este año sí pude ir y estar dos meses de forma presencial.
Durante las clases, estudié los fundamentos de los DD. HH., y sus sistemas de protección a nivel internacional: ONU, OEA, Unión Europea y Unión Africana de Derechos Humanos. Éramos 60 alumnos (30 en cada año) de los cinco continentes y había desde abogados, expertos en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales hasta gente trabajando en la academia, organismos internacionales y ONGs como Human Rights Watch o Amnesty International. Todas personas muy influyentes en el ámbito del Derecho Internacional de los DD. HH.
Aprendí de los profesores, pero también de mis compañeros. En los almuerzos y coffee breaks, fuera del aula, se daba mucho el intercambio de ideas y opiniones. Conocí estilos de vida, costumbres y, sobre todo, realidades muy diversas, porque las violaciones a los derechos humanos en Asia o África no son iguales a las de Europa o América Latina. Un compañero africano, por ejemplo, me contó que en su región reclutan niños para convertirlos en soldados de ejércitos terroristas. Otra, que trabaja en un campo de refugiados en Siria. Son contextos de inseguridad absoluta, en donde se necesita protección urgente, y cada uno de ellos trabaja, de un modo u otro, para lograr eso en sus países.
¿Sobre qué fue tu tesis?
Mi tesis fue sobre la violación a la libertad de expresión debido a la cultura de la cancelación, un fenómeno que apareció en los últimos años y que se da cuando se cancela, silencia o boicotea a una persona que expresa una opinión que es políticamente incorrecta o contraria a la de la mayoría. Puede verse en muchos ámbitos, desde el bloqueo de cuentas en redes sociales, como fue el caso de Donald Trump, hasta la pérdida de reputación o el despido de un empleo por expresar una opinión diferente. Lo que hice fue definir en qué consistía este fenómeno de la cultura de la cancelación, ver qué relación tenía con el derecho a la libertad de expresión, analizar casos y buscar formas de eliminarlo, considerando las consecuencias negativas que puede dejar en una sociedad democrática en la que se supone que cada idea cuenta.
Al silenciar a una persona, se pierde una opinión y eso genera que otros no puedan escuchar otra forma de pensar o ver las cosas, o incluso que otros tampoco se animen a expresar su pensamiento debido al temor de “ser cancelados”. Es un tema muy grave.
¿Cursaste materias optativas?
Cursé una materia electiva sobre religión y DD. HH., que dictó el relator especial de las Naciones Unidas para la libertad religiosa. Analizamos un montón de casos y pudimos aprender de su experiencia. Ahora, con lo que está pasando en Afganistán y el islam, el tema está en el tapete. Estudiamos la religión como fenómeno y todas las repercusiones que puede tener en los derechos humanos: igualdad de género, libertad de expresión, en qué medidas protege o desacredita los derechos de las mujeres y los niños.
También cursé una asignatura sobre empresas y DD. HH., en la que estudiamos cuál es la responsabilidad de las corporaciones transnacionales en violaciones a derechos humanos y qué mecanismos existen para prevenir o reparar esas violaciones. Analizamos casos súper actuales, como los de algunas compañías de ropa de consumo macro que, para abaratar costos de producción, instalan fábricas en Bangladesh o en India, donde las condiciones de trabajo son inhumanas. También otros de empresas mineras que se instalan en regiones habitadas por poblaciones indígenas afectando sus derechos a la libre determinación y cultura. Vimos formas de evitar que sucedan estas violaciones y también métodos para prevenirlas a futuro.
Conociste a la senadora italiana Paola Binetti. ¿Cómo fue el encuentro?
Antes de ir a Inglaterra pasé por Italia y tuve la oportunidad de conocerla. Una profesora que tuve cuando estudié en Roma me habló de ella, quería que la conociera porque trabaja en la misma temática que yo. Estuve en su despacho en el Palazzo Madama, sede del senado italiano, y hablamos sobre el rol que tienen la mujer política y la mujer académica en la mejora de los DD. HH.
Fue una experiencia muy enriquecedora porque pude ver la necesidad que tienen los políticos de que haya una sinergia entre la academia y la promulgación de leyes. Los legisladores requieren asesoramiento para saber qué se puede redactar en una ley, qué conviene aprobar y qué no. A su vez, a través de la política, la academia puede poner en práctica las ideas que desarrolla. Ahora, con Paola, estamos pensando en hacer una red internacional de mujeres que se dediquen a la academia y a la política y quieran promover esta temática de protección de los DD. HH., en su labor profesional. Esperamos generar un impacto positivo en la sociedad.